Los hijos son la bendición más grande que Dios concede a una mujer. Desde el momento de su gestación hasta su nacimiento la alegría de sentir esa vida en nuestro interior es algo sublime. Luego, cuando van creciendo, cada etapa se convierte en una responsabilidad y compromiso de amor. Porque en cada una de ellas hay que guiarlos con amor, pero también con disciplina y más aún con el ejemplo. No podemos enseñar a nuestros hijos el camino del amor y la solidaridad sin haber caminado nosotros por él. Constantemente ellos nos miran como un espejo en el que quieren encontrar su camino. Los hijos crecen, se convierten en profesionales, forman sus propios hogares y a su vez algunos tienen sus propios hijos, siguen su propio camino, es ley de vida. Ahora, en mi opinión, lo que debemos aceptar y reconocer como madres es: nuestra responsabilidad jamás termina, nuestro amor jamás se acaba, siempre estaremos presente en sus vidas no importa la edad o circunstancia. Los hijos no son nuestros en