Sin "embelecos"

Ayer, mi hija Raquel, me preguntó sobre cómo era el ambiente festivo durante el Maratón San Blas cuando yo era niña. El evento cumplió 50 años y por tal motivo vino la pregunta. La memoria es fabulosa, retrocedí unos años y recordé que lo más importante de la celebración era que el pueblo se reunía como una gran familia a celebrar. Los corredores eran locales, de nuestro país y nuestro pueblo. El pueblo los esperaba en la Plaza de Recreo o frente al cine porque esa era la meta. No había premios económicos pero el orgullo de ganar y ser parte de esa alegría de pueblo era suficiente. La celebración era sencilla, sin embelecos, pero se sentía la unidad de pueblo. Con los años esto ha cambiado. Los intereses económicos le han dado un giro enorme al evento. El pueblo se llena de extraños, los corredores en su mayoría son extranjeros y lo peor es que se ha convertido en algo en que lo menos que se celebra es el deporte. ¡Qué triste realidad!

Luego de contestar la pregunta a mi hija, me quedé pensativa y vino a mi mente que eso nos pasa a veces cuando queremos llevar a otros a los pies del Señor. El Evangelio es simple, sin embelecos, pero a veces le colocamos tantos y tantos que confundimos a la gente y se alejan. Debemos llevarlo como es, simple pero penetrante como una espada de dos filos, con convicción. Permita el Señor que cada uno de nosotros pueda llevar a otros a conocer y aceptar a Cristo en sus vidas de una manera simple pero genuina y de corazón. (Rita E. Rivera Aponte)

Y este es su mandamiento: Que creamos en el Nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. Y el que guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. (1ra Juan 3:23-24)

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